lunes, 16 de diciembre de 2013

Recuerdos de Alfonso Santos


Muchos son los recuerdos que se desgranan en mi memoria al evocar al entrañable Teatro Circo, pues en su interior viví momentos inolvidables y muy felices.
 
Cuando apenas contaba con ocho años de edad, tuve la suerte de que mi querida tía Carmen se casara, en 1958, con José Sierra Roca, que fue administrador de la propiedad hasta su cierre. Su residencia era una enorme casa habilitada en el interior del mismo local, con los techos muy altos y con muchos patios y habitaciones. En su interior pude disfrutar junto a mis primos de innumerables juegos y aventuras.

Recuerdo que cuando se proyectaba alguna película no tolerada para menores, subía con mi hermana Gloria a los patios provistos de nuestras propias sillas y podíamos verlas a través de unas pequeñas ventanas, con el inconveniente de que al abrirlas dejaban pasar la luz solar y el público protestaba. El acomodador de la sala, que ya nos tenía fichados, nos reñía muy cabreado diciendo: “¡Es que no tengo ya bastante con los gamberros de la platea para tener que estar pendiente de vosotros!”.

Aún hoy esbozo una sonrisa al recordar los matinales que, patrocinados por “La Casera”, nos invitaban a los niños a decir la siguiente frase: “¡Si no hay Casera, no como!” hasta quedarnos sin aliento.

En este local pude ver películas como “La Novia Salvaje”, “Los Viajes de Gulliver”, “La Humanidad en Peligro”, “El Pequeño Gigante”, así como veladas protagonizadas por los grupos musicales de nuestra ciudad, como Los Pájaros, Los Brujos, Parábola, Los Tucanes, Paquito Martín (el “Joselito” cartagenero) y un largo etcétera.


   Cuando anunciaron que cerraba sus puertas, sentí que una parte muy importante de mi niñez se iba con él. El sábado 10 de febrero de 1968 tuvo lugar la magnífica actuación del barítono Marcos Redondo, en la función “Adiós, Teatro Circo”. No me quise perder el domingo siguiente la última proyección, con las películas “Operación Snafu” de Sean Connery y “De rodillas ante ti”. Al día siguiente, comenzarían su demolición para la construcción de un Nuevo Teatro Circo.

   Recuerdo que esa mañana, muy temprano, fui a dar un último recorrido por sus instalaciones. Atravesé su enorme salón, contemplando sus bellas columnas decoradas al estilo árabe. Al llegar al vestíbulo, me fijé en el llamativo cartel que rezaba “Excelente servicio de bar”, el cuál sin duda respondía al lujo y exquisitez de la época. Acto seguido me adentré en la sala y me senté en una de sus antiguas butacas, con su barniz ya desgastado por el paso del tiempo. Una moqueta de color rojo decoraba los pasillos, llegando hasta el enorme escenario, con sus bambalinas, diablas, bastidores, forillos, palcos de proscenio, foso de orquesta…


Por último, subí a la cabina de proyección. No pude dejar de recordar cómo sus pequeñas ventanas permitían asomarse al mundo y tomar conciencia de las peripecias de los actores y actrices que con su imagen iluminaban la pantalla del Teatro Circo con mil colores, transmitiendo aventuras, tristeza, amor, risas, música y, sobre todo, ilusiones y sueños. Ése fue su último día. Este entrañable coliseo ya no escucharía más los aplausos del público.

Texto y fotografía de Alfonso Santos

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