Muchos
son los recuerdos que se desgranan en mi memoria al evocar al entrañable Teatro
Circo, pues en su interior viví momentos inolvidables y muy felices.
Cuando apenas contaba con ocho años de
edad, tuve la suerte de que mi querida tía Carmen se casara, en 1958, con José
Sierra Roca, que fue administrador de la propiedad hasta su cierre. Su
residencia era una enorme casa habilitada en el interior del mismo local, con
los techos muy altos y con muchos patios y habitaciones. En su interior pude
disfrutar junto a mis primos de innumerables juegos y aventuras.
Aún hoy esbozo una sonrisa al recordar los
matinales que, patrocinados por “La Casera”, nos invitaban a los niños a decir
la siguiente frase: “¡Si no hay Casera, no como!” hasta quedarnos sin aliento.
Cuando anunciaron que cerraba sus puertas,
sentí que una parte muy importante de mi niñez se iba con él. El sábado 10 de
febrero de 1968 tuvo lugar la magnífica actuación del barítono Marcos Redondo,
en la función “Adiós, Teatro Circo”. No me quise perder el domingo siguiente la
última proyección, con las películas “Operación Snafu” de Sean Connery y “De
rodillas ante ti”. Al día siguiente, comenzarían su demolición para la
construcción de un Nuevo Teatro Circo.
Recuerdo que esa mañana, muy temprano, fui
a dar un último recorrido por sus instalaciones. Atravesé su enorme salón,
contemplando sus bellas columnas decoradas al estilo árabe. Al llegar al
vestíbulo, me fijé en el llamativo cartel que rezaba “Excelente servicio de
bar”, el cuál sin duda respondía al lujo y exquisitez de la época. Acto seguido
me adentré en la sala y me senté en una de sus antiguas butacas, con su barniz
ya desgastado por el paso del tiempo. Una moqueta de color rojo decoraba los
pasillos, llegando hasta el enorme escenario, con sus bambalinas, diablas,
bastidores, forillos, palcos de proscenio, foso de orquesta…
Por último, subí a la cabina de proyección.
No pude dejar de recordar cómo sus pequeñas ventanas permitían asomarse al
mundo y tomar conciencia de las peripecias de los actores y actrices que con su
imagen iluminaban la pantalla del Teatro Circo con mil colores, transmitiendo
aventuras, tristeza, amor, risas, música y, sobre todo, ilusiones y sueños. Ése
fue su último día. Este entrañable coliseo ya no escucharía más los aplausos
del público.
Texto y fotografía de Alfonso Santos
No hay comentarios:
Publicar un comentario